RITOS INICIALES
Canto de entrada
Reunido el pueblo, el diácono va al altar mientras se entona el canto de entrada.
Saludo al altar y al pueblo congregado
Cuando llega al altar, el diácono hace la debida reverencia, besa el altar y, si se juzga oportuno, lo inciensa.
Terminado el canto de entrada, el diácono y los fieles, de pie, se santiguan mientras el diácono, de cara al pueblo, dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El pueblo responde:
Amén.
El diácono, extendiendo las manos, saluda al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.
O bien:
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros
O bien:
El Señor esté con vosotros.
O bien:
La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, esté con todos vosotros.
O bien:
El Señor, que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios, esté con todos vosotros.
O bien:
La paz, la caridad y la fe, de parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros.
O bien:
El Dios de la esperanza, que por la acción del Espíritu Santo nos colma con su alegría y con su paz, permanezca siempre con todos vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
También pueden usarse las fórmulas de saludo propias de cada tiempo.
Tiempo de Adviento:
El Señor, que viene a salvarnos, esté con vosotros.
Tiempo de Navidad:
La paz y el amor de dios, nuestro Padre, que se han manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación, estén con vosotros.
Tiempo de Cuaresma:
La gracia y el amor de Jesucristo, que nos llama a la conversión, estén con todos vosotros.
Cincuentena pascual:
El Dios de la vida, que ha resucitado a Jesucristo, rompiendo las ataduras de la muerte, esté con todos vosotros.
El diácono, u otro ministro puede hacer una monición muy breve para introducir la celebración del día.
Acto Penitencial
A continuación, se hace el acto penitencial, y el diácono invita a los fieles al arrepentimiento diciendo:
Fórmula I
Hermanos:
Para participar con fruto en esta celebración, reconozcamos nuestros pecados.
O bien:
El Señor Jesús, que nos invita a la mesa de la Palabra [y de la comunión eucarística], nos llama ahora a la conversión. Reconozcamos, pues, que somos pecadores e invoquemos con esperanza la misericordia de Dios.
O bien, pero solo en los domingos:
En el día en que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, reconozcamos que estamos necesitados de la misericordia del Padre para morir al pecado y resucitar a la vida nueva.
Se hace una breve pausa en silencio. Después, hacen todos en común la confesión de sus pecados:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión:
Golpeándose el pecho, dicen:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Luego prosiguen:
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.
El sacerdote diácono concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.
Fórmula II
El diácono invita a los fieles al acto penitencial:
Al comenzar esta celebración, pidamos a Dios que nos conceda la conversión de nuestros corazones; así obtendremos la reconciliación y se acrecentará nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos.
O bien:
Humildes y penitentes, como el publicano en el templo, acerquémonos al Dios justo, y pidámosle que tenga piedad de nosotros, que también nos reconocemos pecadores.
Se hace una breve pausa en silencio. Después el diácono dice:
Señor, ten misericordia de nosotros.
El pueblo responde:
Porque hemos pecado contra ti.
El diácono prosigue:
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
El pueblo responde:
Y danos tu salvación.
El diácono concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.
Fórmula III
El diácono invita a los fieles al acto penitencia:
Jesucristo, el justo, intercede por nosotros y nos reconcilia con el Padre. Abramos, pues, nuestro espíritu al arrepentimiento para acercarnos a la mesa de la Palabra [y del Cuerpo del Señor].
O bien:
El Señor ha dicho: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Reconozcámonos, pues, pecadores y perdonémonos los unos a los otros desde lo más íntimo de nuestro corazón.
Se hace una breve pausa en silencio. Después el diácono dice:
Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: Señor, ten piedad. (O bien: Kyrie, eléison).
El pueblo responde:
Señor, ten piedad. (O bien: Kyrie, eléison).
El diácono prosigue:
Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo ten piedad. (O bien: Christe, eléison).
El pueblo responde:
Cristo ten piedad. (O bien: Christe, eléison).
El diácono prosigue:
Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad. (O bien: Kyrie, eléison).
El pueblo responde:
Señor, ten piedad. (O bien: Kyrie, eléison).
El diácono concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.
Otras invocaciones para la tercera fórmula del acto penitencial
Tiempo ordinario:
I
– Tú, que eres el camino que conduce al Padre: Señor, ten piedad.
– Tú, que eres la verdad que ilumina los pueblos: Cristo, ten piedad.
– Tú, que eres la vida que renueva el mundo: Señor, ten piedad.
II
– Tú, que eres la plenitud de la verdad y de la gracia: Señor, ten piedad.
– Tú, que te has hecho pobre para enriquecernos: Cristo, ten piedad.
– Tú, que has venido para hacer de nosotros tu pueblo santo: Señor, ten piedad.
III
-Tú, que no has venido a condenar, sino a perdonar: Señor, ten piedad.
-Tú, que has dicho que hay gran fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente: Cristo, ten piedad.
-Tú, que perdonas mucho a quien mucho ama: Señor, ten piedad.
IV
-Tú, que has venido a buscar al que estaba perdido: Señor, ten piedad.
-Tú, que has querido dar la vida en rescate por todos: Cristo, ten piedad.
-Tú, que reúnes a tus hijos dispersos: Señor, ten piedad.
Tiempo de Adviento:
I
– Tú, que viniste al mundo para salvarnos: Señor, ten piedad.
– Tú, que nos visitas continuamente con la gracia de tu Espíritu: Cristo, ten piedad.
– Tú, que vendrás un día a juzgar nuestras obras: Señor, ten piedad.
II
– Tú, que viniste a visitar a tu pueblo con la paz: Señor, ten piedad.
– Tú, que viniste a salvar lo que estaba perdido: Cristo, ten piedad.
– Tú, que viniste a crear un mundo nuevo: Señor, ten piedad.
III
– Luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado: Señor, ten piedad.
– Buen pastor, que vienes a guiar a tu rebaño por las sendas de la verdad y la justicia: Cristo, ten piedad.
– Hijo de Dios, que volverás un día para dar cumplimiento a las promesas del Padre: Señor, ten piedad.
Tiempo de Navidad:
I
– Hijo de Dios, que, nacido de María, te hiciste nuestro hermano: Señor, ten piedad.
– Hijo del hombre, que conoces y comprendes nuestra debilidad: Cristo, ten piedad.
– Hijo primogénito del Padre, que haces de nosotros una sola familia: Señor, ten piedad.
II
– Palabra eterna del Padre, por la que todo ha venido a la existencia: Señor, ten piedad.
– Luz verdadera, que has venido al mundo y a quien el mundo no recibió: Cristo, ten piedad.
– Hijo de Dios, que, hecho carne, has acampado entre nosotros: Señor, ten piedad.
III
– Rey de la paz y Santo de Dios: Señor, ten piedad.
– Luz que brillas en las tinieblas: Cristo, ten piedad.
– Imagen del hombre nuevo: Señor, ten piedad.
Tiempo de Cuaresma:
I
– Tú, que nos has hecho renacer por el agua y el Espíritu: Señor, ten piedad.
– Tú, que enviaste al Espíritu Santo para crear en nosotros un corazón nuevo: Cristo, ten piedad.
– Tú, que eres el autor de la salvación eterna: Señor, ten piedad.
II
– Tú, que borras nuestras culpas: Señor, ten piedad.
– Tú, que creas en nosotros un corazón puro: Cristo, ten piedad.
– Tú, que nos devuelves la alegría de la salvación: Señor, ten piedad.
III
– Tú, que has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz: Señor, ten piedad.
– Tú, que padeciste por nosotros para que sigamos tus huellas: Cristo, ten piedad.
– Tú, que, cargado con nuestros pecados, subiste al leño para que nosotros, muertos al pecado, vivamos en la justicia: Señor, ten piedad.
Cincuentena pascual:
I
– Tú, que has destruido el pecado y la muerte con tu resurrección: Señor, ten piedad.
– Tú, que has renovado la creación entera con tu resurrección: Cristo, ten piedad.
– Tú, que das la alegría a los vivos y la vida a los muertos con tu resurrección: Señor, ten piedad.
II
– Tú, el Primogénito de entre los muertos: Señor, ten piedad.
– Tú, el vencedor del pecado y de la muerte: Cristo, ten piedad.
– Tú, la resurrección y la vida: Señor, ten piedad.
III
– Tú, que eres el sumo sacerdote de la Nueva Alianza: Señor, ten piedad.
– Tú, que nos edificas como piedras vivas en el templo santo de Dios: Cristo, ten piedad.
– Tú, que has ascendido a la derecha del Padre para enviarnos el don del Espíritu: Señor, ten piedad.
No se dice en ningún caso Señor, ten piedad, ni Gloria.
Oración colecta
Acabado el acto penitencial, el diácono, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el diácono, oran en silencio durante unos momentos. Después el diácono, con las manos extendidas, dice la oración colecta.
Al final de la oración el pueblo aclama:
Amén.
La colecta termina siempre con la conclusión larga, que el diácono dice con las manos juntas.
Si la oración se dirige al Padre:
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Si la oración se dirige al Padre, pero al final de ella se menciona al Hijo:
Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Si la oración se dirige al Hijo:
Tú, que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
El lector va al ambón y lee la primera lectura, que todos escuchan sentados.
Para indicar el fin de la lectura, el lector dice:
Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.
El salmista o el cantor proclama el salmo, y el pueblo intercala la respuesta, a no ser que el salmo se diga seguido sin estribillo del pueblo.
Si hay segunda lectura, se lee en el ambón, como la primera.
Para indicar el fin de la lectura, el lector dice:
Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.
Aclamación que precede a la lectura del Evangelio
Sigue el Aleluya o, en tiempo de Cuaresma, el canto antes del Evangelio.
Evangelio
Mientras tanto, si se usa incienso, el diácono lo pone en el incensario.
El diácono antes de proclamar el Evangelio, inclinado ante el altar, dice en secreto:
Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio.
Después el diácono va al ambón; ya en el ambón dice:
El Señor esté con vosotros.
Y el pueblo responde:
Y con tu espíritu.
El diácono:
✠ Lectura del santo Evangelio según san N.
Y mientras tanto hace la señal de la cruz sobre el libro y sobre su frente, labios y pecho.
El pueblo aclama:
Gloria a ti, Señor.
Luego el diácono, si se usa incienso, inciensa el libro y proclama el Evangelio.
Acabado el Evangelio el diácono (o el sacerdote) dice:
Palabra del Señor.
Todos aclaman:
Gloria ti, Señor Jesús.
Si la aclamación es cantada pueden usarse otras respuestas de alabanza a Jesucristo, por ejemplo:
Tu palabra, Señor, es la verdad, y tu ley nuestra libertad.
O bien:
Tu palabra, Señor, es lámpara que alumbra nuestros pasos.
O bien:
Tu palabra, Señor, permanece por los siglos.
Después el diácono besa el libro al celebrante, diciendo en secreto:
Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.
Homilía
Luego tiene lugar la homilía; ésta es obligatoria todos los domingos y fiestas de precepto y se recomienda en los restantes días. Es conveniente al finalizar tener unos momentos de silencio.
Profesión de fe
Acabada la homilía, si la liturgia del día lo prescribe, se canta o se dice el Símbolo o Profesión de fe:
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,
En las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan.
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
Para utilidad de los fieles, en lugar del símbolo niceno-constantinopolitano, la profesión de fe se puede hacer, especialmente en el tiempo de Cuaresma y en la Cincuentena pascual, con el siguiente símbolo llamado «de los apóstoles»:
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
En las palabras que siguen, hasta María Virgen, todos se inclinan.
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Después se hace la plegaria universal u oración de los fieles.
Oración universal
La oración de los fieles se toma del libro de la Oración de los fieles o del Libro de la sede, omitiendo las expresiones que pudieran referirse a la celebración de la eucaristía.
Invitatorio
El diácono invita a los fieles a orar, por medio de una breve monición.
Intenciones
Las intenciones son propuestas por el mismo diácono o por un lector o por otra persona idónea.
El pueblo manifiesta su participación con una invocación u orando en silencio.
La sucesión de intenciones ordinariamente debe ser la siguiente:
- Por las necesidades de la Iglesia.
- Por los gobernantes y por la salvación del mundo entero.
- Por aquellos que se encuentran en necesidades particulares.
- Por la comunidad local.
Conclusión
El diácono termina la plegaria común con una oración conclusiva.
RITO DE COMUNIÓN
Acabada la oración de los fieles se coloca un corporal en el altar. El diácono se acerca al lugar en que se guarda la Eucaristía, toma el copón con el Cuerpo del Señor, lo pone sobre el corporal en el altar y hace una genuflexión.
Acción de gracias
Si se prefiere hacer en este momento la acción de gracias con adoración, el diácono, arrodillado con todos los fieles, entona un himno eucarístico o de alabanza, o recita una plegaria litánica dirigida a Cristo presente en la Eucaristía.
I. Himno Eucarístico
Pange, lingua, gloriósi
córporis mystérium,
sanguinísque pretiósi,
quem in mundi prétium
fructus ventris generósi
Rex effúdit géntium.
Nobis datus, nobis natus
ex intácta Vírgine,
et in mundo conversátus,
sparso verbi sémine,
sui moras incolátus
miro clausit órdine.
In suprémae nocte cenae
recúmbens cum frátibus,
observáta lege plene
cibis in legálibus,
cibum turbae duodénae
se dat suis mánibus.
Verbum caro panem verum
verbo carnem éfficit,
fitque sanguis Christi merum,
et, si sensus déficit,
ad firmándum cor sincérum
sola fides súfficit.
Tantum ergo sacramentum
venerémur cérnui,
et antíquum documéntum
novo cedat rítui;
praestet fides supleméntum
sénsuum deféctui.
Genitóri Genitóque
laus et iubilátio,
salus, honor, virtus quoque
sit et benedíctio;
procedénti ab utróque
compar sit laudatió. Amen.
II. Canto de adoración
Ejemplo de canto de adoración:
No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. No adoréis a nadie, a nadie más. No adoréis a nadie, a nadie más. No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. Porque sólo Él nos puede sostener. Porque sólo Él, nos puede sostener. No adoréis a nadie, a nadie más. No adoréis a nadie, a nadie más. No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. | No alabéis a nadie, a nadie más que a Él. No alabéis a nadie, a nadie más que a Él. No alabéis a nadie, a nadie más. No alabéis a nadie, a nadie más. No alabéis a nadie, a nadie más que a Él. Porque sólo Él nos puede sostener. Porque sólo Él, nos puede sostener. No alabéis a nadie, a nadie más. No alabéis a nadie, a nadie más. No alabéis a nadie, a nadie más que a Él. | No miréis a nadie, a nadie más que a Él. No miréis a nadie, a nadie más que a Él. No miréis a nadie, a nadie más. No miréis a nadie, a nadie más. No miréis a nadie, a nadie más que a Él. Porque sólo Él nos puede sostener. Porque sólo Él, nos puede sostener. No miréis a nadie, a nadie más. No miréis a nadie, a nadie más. No miréis a nadie, a nadie más que a Él. |
III. Plegaria litánica
Ejemplo de plegaria litánica:
El diácono:
A ti, Jesús, te dirigimos nuestra plegaria.
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Tú eres el Hijo único del Padre.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Tú, para librarnos, aceptaste nuestra condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el reino eterno.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Tú, sentado a la diestra del Padre, eres el Rey de la gloria.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Creemos que has de volver,
Como Juez y Señor de todo y de todos.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Ven en ayuda de tus fieles, a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
El diácono:
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos.
Todos:
Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias.
Después, el diácono, de pie y con las manos juntas, inicia la oración dominical con estas palabras:
Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
O bien:
Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó:
O bien:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado; digamos con fe y esperanza:
O bien:
Antes de participar en el banquete de la Eucaristía, signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna, oremos juntos como el Señor nos ha enseñado:
Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Rito de la paz
Luego, si se juzga oportuno, el diácono añade:
Daos fraternalmente la paz.
O bien:
Como hijos de Dios, intercambiad ahora un signo de comunión fraterna.
O bien:
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz, daos la paz como signo de reconciliación.
O bien:
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz, daos la paz como signo de reconciliación.
O bien:
En el Espíritu de Cristo resucitado, daos fraternalmente la paz.
Y todos, según la costumbre del lugar, intercambian un gesto de paz, de comunión y de caridad.
Comunión
El diácono hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el copón, lo muestra al pueblo, diciendo:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade una vez:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Si también el diácono comulga dice en secreto:
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
Después puede decir la Antífona de comunión del día correspondiente.
Después toma el copón y se acerca a los que quieren comulgar y les presenta el pan consagrado, que sostiene un poco elevado, diciendo a cada uno de ellos:
El Cuerpo de Cristo.
El que va a comulgar responde:
Amén.
Mientras el diácono comulga el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión.
Acabada la distribución de la comunión, si es el caso, el diácono purifica la patena y reúne toda la reserva en el copón. Después se purifica las manos.
Mientras hace la purificación, el diácono dice en secreto:
Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna.
Luego, guarda el Sacramento en el sagrario, hace una genuflexión y vuelve a la sede.
Después se puede dejar un breve espacio de silencio sagrado.
Acción de gracias
Si la acción de gracias se ha reservado para este momento, después del silencio sagrado, se canta o se reza el Magníficat, o un salmo o cántico de acción de gracias, o se recita una plegaria litánica.
I. Canto evangélico de acción de gracias Lc 1,46b-55
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
II. Salmo Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 10-11 (R.:9a)
R. Gustad y ved que bueno es el Señor.
V. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor;
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
V. Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
Me libró de todas mis ansias. R.
V. Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
V. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R.
V. Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que lo temen,
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
III. Canto eucarístico o de acción de gracias
Ejemplos de cantos eucarísticos o de acción de gracias:
/ TAN CERCA DE MÍ, / (2) QUE HASTA LO PUEDO TOCAR, JESÚS ESTÁ AQUÍ.
Le hablaré sin miedo al oído, le contaré las cosas que hay en mí, y que sólo a Él, le interesarán, Él es más que un mito para mí.
ESTRIBILLO.
No busques a Cristo en lo alto, ni lo busques en la oscuridad: muy cerca de ti, en tu corazón, puedes adorar a tu Señor.
ESTRIBILLO.
Míralo a tu lado caminando paseando entre la multitud, muchos ciegos son, porque no le ven, ciegos de ceguera espiritual.
ESTRIBILLO.
IV. Plegaria litánica
Ejemplo de plegaria litánica:
El diácono:
A ti, Padre nuestro, por Jesucristo, tu Hijo, en la unidad del Espíritu Santo, te alabamos, te glorificamos, te damos gracias.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Por todas las cosas que nos has dado y por el espíritu e ingenio que has puesto en el hombre.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Por el agua y el sol que fecundan la tierra, y por las máquinas y las herramientas, producto de nuestras manos.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Por la semilla que se entierra y germina y por los minerales que extraemos y elaboramos.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Por la fertilidad de la tierra y por el trabajo del hombre.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Por el amor de nuestras familias y por la amistad y la solidaridad social.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Porque nos quieres semejantes a ti, santos, perfectos, misericordiosos, según la imagen de tu Hijo Jesucristo.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Porque en tu Hijo Jesucristo, el crucificado, el resucitado, tienen sentido nuestras penas y alegrías, nuestros fracasos y nuestros éxitos.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
El diácono:
Porque la creación entere gime con dolores de parto, con la esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, por la redención de Jesucristo, tu Hijo.
Todos:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Oración después de la comunión
Después del silencio sagrado, o de la acción de gracias, si se ha hecho en este momento, se hace la oración después de la comunión de la misa del día.
El diácono, de pie en la sede, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con él, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes.
Después el diácono, con las manos extendidas, dice la oración después de la comunión, al final de la cual, el pueblo aclama:
Amén.
La oración después de la comunión termina con la conclusión breve, que el diácono dice con las manos juntas.
Si la oración se dirige al Padre:
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Si la oración se dirige al Padre, pero al final de ella se menciona al Hijo:
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Si la oración se dirige al Hijo:
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Rito de la conclusión
En este momento se hacen, si es necesario y con brevedad, los oportunos anuncios o advertencias al pueblo.
Después tiene lugar la despedida. El diácono extiende las manos hacia el pueblo y dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
El diácono bendice al pueblo, diciendo:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo ✠ y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
El pueblo responde:
Amén.
En algunos días u ocasiones, a esta fórmula de bendición precede, según las rúbricas, otra fórmula de bendición más solemne, según aparece en el Misal Romano, o una oración sobre el pueblo.
Luego el diácono, con las manos juntas, despide al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
Podéis ir en paz.
O bien:
La alegría del Señor sea nuestra fuerza.
Podéis ir en paz.
O bien:
Anunciad el Evangelio del Señor. Podéis ir en paz.
O bien:
Glorificad al Señor con vuestra vida. Podéis ir en paz.
O bien:
En el nombre del Señor, podéis ir en paz.
O bien, especialmente en los domingos de Pascua:
Anunciad a todos la alegría del Señor resucitado. Podéis ir en paz.
El pueblo responde:
Demos gracias a Dios.
Después el diácono venera el altar con un beso, como al comienzo. Seguidamente, hecha la inclinación profunda, se retira a la sacristía.
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